Libro de las cartas

I.-Canción para un naufragio

Febrero.
Por más señas
finales de febrero entre tus ojos.
El quicio de las puertas,
la luz,
siempre la luz,
esa luz que nos deja
a caballo de inviernos sin palacios
y reverberaciones del sol
                 (del duro sol de invierno
                 sobre tus manos frías.)

¿Qué me quieres, amor?

Hay un náufrago de labios y sostenes
                 y la boca de todas las fieras
                 viene a posarse
                 sobre su barba imaginaria.

¿A qué tanto dolor?
¿Se debe a que quizás nos escondamos
de los ojos terribles de la noche?

¿Te conté que hubo un náufrago
en el banco de un parque?
                  Yo lo vi.
                  Y tú también lo viste.
Es por eso.
Seguro que es por eso
que viniste a salvarlo.


Carta 3, 1978

A tu abandono opongo la elevada
torre de mi divino pensamiento.
Subido en ella, el corazón sangriento
verá la mar, por él empurpurada.
                                   JUAN RAMÓN JIMÉNEZ

Si me dices que no, no voy a odiarte.
Seguro ha de quedarme
un ligero regusto, un mal sabor
de estómago y de pecho.

Pero sólo
ha de durarme un rato. Ese pequeño
lapso entre que te vas y estás de nuevo
cerca de mi, callada, militante
de la logia secreta que has fundado
para que nadie sepa que te quiero,
para que nadie sepa que también
tú podrías quererme de otro modo.



Carta 21, 1990

El vacío que queda tras tu espalda
cuando te das la vuelta para irte,
el pozo de no ser, de no sentirte,
la nada de mi asiento sin tu falda.

El todo de tu pecho entre mis labios,
de tu boca en la mía, de tu aliento
trazándome en el aire, y el tormento
de no tener tus dedos (esos sabios

arpones que me crispan si se funden
con la piel de mi vientre, con mi sexo
y desbaratan todo cuando se hunden

en medio de mi vida). Me he perdido
y no me encuentro ya si estás ausente,
si no encuentra mi pulso tu latido.

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