Frutas y banderas

Luego vino el otoño

Antes de ti llegó la presentida
quietud de las banderas incendiadas,
el púrpura del palio de los muertos,
el tiempo de mi aroma en muchos brazos,
las sombras de los bares y el destino,
la grana de la sangre de mi aliento.

Aquel septiembre ardiendo ante mi pecho,
playas de agosto, arenas de un exilio...
Y después, el otoño parecido a una novia
de blanco riguroso confundida en la niebla,
entregada y ausente, luminosa, distante.

Y en tu abrigo marrón ya tiritaba
(tan solo recordarlo me estremece)
el fulgor del deseo.


Frutas y banderas

Era un tiempo de frutas y banderas,
de edificios a medio construir,
de chiringuitos
a pie de playa, de himnos,
canciones de verano,
amores nebulosos que recuerdas
con la vaga nostalgia
de algo que no fue cierto
                            y, sin embargo,
observas hoy como la certidumbre
de la vida que alientas
y que sabes mentida.


Vuelta a la casa de la playa

Sobre el malva del tiempo,
con la pátina gris de la memoria,
el armario del cuarto atesora distancias…

Y las viejas camisas, con más de treinta años,
las palas, las pelotas, el juego de petanca,
aquel pasapurés para la fruta,
el olor de mi madre y el armario del baño,
es hoy acumularse sobre mi piel vencida
el polvo de los tiempos que ya nunca más míos.

Es volver a la casa de la playa y sentirme
preñado de nostalgia y absurdamente viejo.


La muchacha en el parque

Un camino de tierra, pocos charcos
recordando la lluvia de algunas horas antes,
la madera empapada de los bancos de enero
y un pájaro temblando en la rama de un pruno.

El mundo equidistante entre dios y la nada
y una muchacha apenas esbozada a lo lejos…
Va temblando en la tarde y su cuerpo menudo
parece una presencia más irreal que cercana
cuando pasa y le mira. Y el muchacho sonríe,
fuego en sus venas rotas, carbón en su mirada.